Belleza muerta: Penn Station
Este artículo fue originalmente publicado en la revista digital Oblicuo
Viajar a Nueva York siempre ha sido un evento memorable. Si lo hubiésemos hecho en tren y en algún momento entre 1910 y 1960, el primer recuerdo inolvidable habría sido sin duda la llegada a Penn Station, que hace más de 50 años presidía el midtown de Manhattan. Construida en estilo Beaux Arts —también conocido como academicismo francés, el estilo en el que está diseñada la Ópera Garnier de París— Penn Station era todo un monumento a la belleza y a la grandiosidad. La majestuosa fachada exterior, con sus columnas y capiteles al más puro estilo neoclásico, era de granito rosa. La explanada de llegadas que recibía a los pasajeros, por su parte, estaba realizada en acero y cristal como un enorme invernadero, similar al Palacio de Cristal del Retiro de Madrid pero con una proporción monumental.
No cabe duda que los viajeros bajarían del tren boquiabiertos a llegar a semejante sala, aunque su asombro no haría más que aumentar si continuasen hasta la Sala de Espera principal, una gigantesca área inspirada en las Termas de Caracalla que ocupaba el espacio de una manzana y media y tenía casi 50 metros de altura. Desde los ventanales superiores entraba en cascada la luz de Nueva York, que iluminaba las columnas corintias y los techos ornamentados que decoraban la sala.
Lamentablemente nada de esto existe ya. Al igual que el Titanic se perdió en aguas del Atlántico norte para no volver a ser visto, la antigua Penn Station desapareció a principios de los años 60 auspiciada por el declive del tren como medio de transporte y los crecientes costes de mantenimiento del edificio. Ante esta situación se decidió demoler todos los edificios a pie de calle y hacer la estación totalmente subterránea. En el lugar que ocupaba el icónico edifico Beaux Arts se eregirían edificios de oficinas y un estadio que pronto se convertiría en icónico por sí mismo: el Madison Square Garden.
La demolición del edificio no estuvo exenta de voces críticas: se produjeron manifestaciones frente a la fachada neoclásica pidiendo «renovaciones, no amputaciones», y el New York Times calificó todo el proceso de «vandalismo a escala monumental». Pero nada impidió que la demolición se llevara a cabo y hoy en día nada queda de la grandiosa sala de espera con columnas corintias o el patio de llegadas estilo invernadero. El 30 de octubre de 1963 el New York Times publicó la siguiente editorial: «…no seremos juzgados por los momentos que construimos, sino por aquellos que destruimos.»